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Ganar y perder: La nueva novela de Jorge Alfonso. Semanario Brecha
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Por una solitaria trufa de plástico
Ganar y perder: La nueva novela de Jorge Alfonso. Nota publicada originalmente en el Semanario Brecha el 23 de marzo de 2022.
A fines del año pasado Hum/Estuario publicó la novela autobiográfica Ganar y perder, de Jorge Alfonso. En la contratapa del libro la editorial establece una línea de continuidad con Porrovideo (Hum, 2009), libro de cuentos que define como «una bofetada al mainstream local»,
y presenta esta nueva propuesta, después de 13 años, como «un rotundo,
maduro y certero golpe de puño». Envuelto en una retórica de victorias y
pérdidas, de ellos y nosotros, el libro presenta un panorama del mundo
literario montevideano que puede parecer injusto o muy parcial, pero que
desnuda con honestidad y sin filtros prácticas bien instaladas en
nuestro campo intelectual.
Diseño de tapa de Lucía Boiani. Ganar y perder de Jorge Alfonso. Montevideo: Estuario, 2021.
Como todo relato autobiográfico, Alfonso habla desde su situación
actual, armando un relato retrospectivo, marcado por un hilo conductor:
la historia de cómo se hizo escritor. Cada capítulo sigue cierto hilo
cronológico, pero, a su vez, funciona como texto autónomo. La línea de
tiempo no se inicia con la infancia, sino con un joven de Paso Carrasco
que no terminó el liceo y decide convertirse en escritor. A medida que
el relato avanza, en el marco de un discurso que apela a la
espontaneidad (sea o no una máscara; no importa), hacia la verdad sin
retórica y a pagar los costos de lo que se dice sin tapujos, el relato
del héroe literario, del individuo que avanza pese a los obstáculos de
un medio hostil, va dejando lugar a un sujeto colectivo y a cierta
voluntad de hacer visible una movida cultural mostrada por el narrador
como muy alejada de ciertos ámbitos de sociabilidad literaria locales,
que en algún caso no duda en llamar under.
Esta auto-imagen contracultural, que el autor no esconde en un
seudónimo o un alter ego, se cruza también con los frecuentes excesos
con distintas drogas. Este rasgo aparece en Porrovideo, empezando por el título mismo, pero también en cada uno de los cuentos, y es parte también de Ganar y perder.
En este nuevo texto los excesos forman parte de su concepción de los y
las artistas, a quienes califica de «admirables bestias de la
autodestrucción». Y agrega: «Los excesos son algo bastante habitual
entre artistas de corazones enormes y apasionados», cuyas formas de vida
precarias ejercen sobre ellos una presión no siempre fácil de manejar.
Alfonso no plantea esto desde afuera, sino como algo en lo que lo
comprenden las generales de la ley.
¿De dónde saliste?
En el capítulo «La nota de tapa» Alfonso recoge sus experiencias con la prensa luego de la publicación de Porrovideo, su primer libro publicado fuera de la autoedición de su libro de poemas Cacareos poéticos y poemas de amor misógino (con
varias ediciones artesanales de tirajes cortos entre 2006 y 2013). Hay
dos anécdotas interesantes relacionadas con una nota que finalmente se
publicó en la revista de distribución gratuita Freeway. La
primera involucra a la fotógrafa Magela Ferrero y su idea original de la
foto de tapa para la revista. Dice Alfonso: «Venía con la idea de
tomarme una imagen con un vestido de novia y luego otra con un traje»,
de modo tal que ambas fotografías pudieran superponerse y expresar «la
idea de una persona que se casa consigo misma». Este es un aspecto
central de la imagen de escritor que Alfonso proyecta desde sus primeras
apariciones: la de un outsider del sistema, que no se casa con ninguna
rosca. Más adelante en la novela, luego de la exposición pública que
experimentó con Porrovideo, Alfonso conversa con Gabriel,
compañero de sus acciones culturales «espontáneas» y colectivas en
distintos espacios públicos. El personaje establece una división entre
el under y lo comercial. Ante la pregunta: «¿Y yo dónde estoy?», Gabriel
responde: «Vos tenés un pie en cada lado».
La otra anécdota, vinculada a la misma nota en Freeway, es
la primera pregunta que le lanzó Gabriel Peveroni en la entrevista: «¿De
dónde saliste?», que Alfonso califica de «extraña». Pero lo más
interesante es la reflexión que sigue: «Ahora que me doy cuenta, creo
que con este libro, de alguna manera, le estoy respondiendo». Una de las
claves de lectura de Ganar y perder está en la búsqueda de una
respuesta a la pregunta de Peveroni, contestada muchos años después, ya
con cierto recorrido, en la que el autor es plenamente consciente de
las transformaciones que operan en sus ideas sobre sí mismo y en las
representaciones que otros se fueron haciendo de él.
Un recurso que ya aparece en Porrovideo y se utiliza también
en su nueva novela es el diálogo consigo mismo, en el que se nombra a
veces con el diminutivo Alfonsito, un juego que permite cierta
ambigüedad y un manejo de la ironía que resulta muy interesante. Lo
mismo ocurre con las transiciones que van del «inquieto muchachito de
Paso Carrasco» del primer capítulo al «escritor amante de la marihuana»
del final. Capítulo a capítulo, es notorio que no hay una idea de unidad
monolítica del yo, una coherencia total de sus ideas y sus acciones en
su trayectoria. El Alfonso maduro, de 42 años, que toma la palabra en Ganar y perder es
reflexivo, pero deja también aflorar las contradicciones y las
tensiones de los lugares que fue ocupando en el campo literario local.
Una pérdida de la inocencia se va gestando en el texto y se va volviendo
una convicción algo amarga: «El ámbito de las letras en la capital se
asemeja a un gran chiquero. Un chiquero hediondo, lleno de egos, de
amiguismos, de mediocridad, barro y basura humana, donde los escritores
son casi sin excepción un buen montón de cerdos maquillados peleando
desesperadamente por una solitaria trufa. Y la trufa es de plástico».
Uno puede tener diferencias con Alfonso en tal o cual opinión, pero no
se puede decir que anda con vueltas.
Hay, de todas formas, lugar para la ficcionalidad, en ese estilo
salvaje y sincero, porque, si bien el libro está plagado de nombres
propios de artistas que Alfonso admira, o que son sus amigos, o con los
que tuvo algún tipo de vínculo durante su carrera, también hay otros,
que reciben sus apodos sarcásticos. El público lector tendrá la
oportunidad de encontrarlos e intentar descifrarlos. Hay un doble juego
entre la ficcionalidad y la realidad del mundo literario, del que
Alfonso es consciente: «También pensé en agregar los nombres y los
apellidos verdaderos de cierta gentuza que aparece en este libro, pero
luego cambié de idea, tras leer un interesante comentario en el que
alguien decía algo así como: «Los nombres envilecen». Creo que tiene
toda la razón. Por eso la mayoría de los nombres de esos hijos de puta
que aparecen en este libro han sido cambiados rotundamente, aunque ello
no impedirá que la gente del ambiente reconozca a varios de estos
personajes. Je, je, je».
Pero no todo es escándalo, denuncia o malicia (dependiendo del lugar
desde donde se lo lea) en el mapa del mundo literario que dibuja
Alfonso: también hay lugar para la ternura y la admiración por otros
actores, y no me refiero solamente a los y las artistas con quienes
tiene afinidad y con los que ha trabajado. La novela se abre con un
capítulo que es sencillamente un elogio del taller literario y un
homenaje a quien fue su primera maestra en el arte de la literatura, a
quien nombra como Sunny. Todo el capítulo, cuyo título es el nombre de
la directora del taller, está marcado por un diálogo con ella sobre el
estilo de Alfonso. Hacia el final, el escritor hace referencia a sus
primeras incursiones, «bastante malas», que Sunny «ayudaba a mejorar», a
pesar de que sabía que eran malas: «Sunny tuvo la gentileza de
estimularme, de impulsar mi potencial y ayudarme a convertirme en un
escritor. Porque nadie es un gran escritor desde la primera hoja. Es
necesario el esfuerzo, claro. Pero también es necesario que almas nobles
como las de Sunny te estimulen, te aguanten, te nutran, te aconsejen,
te tengan la paciencia suficiente como para escuchar esos textos
horribles de los que te sentís tan orgulloso». En los capítulos
subsiguientes relata experiencias similares en otros talleres y destaca
los aportes que le fueron haciendo a su formación como escritor, de modo
que es posible plantear casi desde el comienzo que su novela
autobiográfica es la historia de una singularidad, que se hizo y se hace
en su relación con otros y otras.
Yo / Nosotros / Ellos
Lo que puede parecer una trayectoria individual, una búsqueda
singular, el hacerse escritor, siempre está acompañado de un nosotros,
los maestros y los talleristas; sus amigos «gestores culturales», que se
hicieron en la calle antes de que esas dos palabras se pusieran de
moda; los «loquitos» de las intervenciones en el espacio público, con
artistas callejeros que se sumaban al azar, con ollas populares, con
«gratiferias» en las que no se vendía, ni se compraba, ni se hacía
trueque. De pronto el yo, que va recordando su trayectoria personal, con
lagunas o cosas que decide no contar, también se vuelve el depositario
de una memoria colectiva, también fragmentaria, siempre incompleta. El
narrador fluctúa entre ese yo y ese nosotros, ambos inestables, fluidos,
como la vida misma.
El capítulo «Organización espontánea» tiene dos momentos que apuntan
en esta dirección. El primero es el relato del regreso de una actividad
en ómnibus con los miembros del colectivo de artistas under del que
Alfonso formó parte. Cuando el colectivo comienza a hacer arte arriba
del ómnibus, Alfonso experimenta lo siguiente: «La soledad que arrastro
desde que tengo conciencia de existir simplemente desapareció. Ya no era
un hombre. Ya no era: éramos UNO». Y al final del párrafo agrega: «Me
encontraba siendo mucho más que un simple yo. Me había vuelto parte de
algo que me trascendía largamente». De este sentido de pertenencia surge
un elemento clave que organiza parte del texto: la tarea autoimpuesta
de documentar las acciones del colectivo artístico: «Por eso me volví
una especie de acervo fotográfico de nuestras actividades». Con este
registro en mano, en el presente, rememora y reconstruye las acciones
del colectivo. Y también da cuenta de los problemas de una memoria
incompleta, fragmentada, borroneada a veces por los excesos, que orienta
buena parte de la novela. Recordar es otra de las claves de
interpretación fuertes de Ganar y perder.
Así como se postula un nosotros, para el que se trabaja la memoria y
se conservan materiales, aunque incompletos, Alfonso también piensa en
la posteridad, en lo que futuros investigadores puedan hacer con ese
registro de acciones contrahegemónicas en un momento determinado de
nuestra historia literaria. Si bien asegura que nada de lo que recolectó
es «para la posteridad» y que no pretende que esos materiales sean
«descubiertos por algún investigador» para catalogar al grupo «como la
generación tal o la generación cual», tampoco le molestaría, dice, que
ello ocurriera, «sobre todo para beneficio de los loquitos y sus
esfuerzos». Esos «loquitos», que trabajaron en los márgenes, no pueden
ser olvidados. Y en ese sentido el texto contribuye a que quede un
registro, que se sabe incompleto, no solamente por las características
de la memoria, sino porque no todo puede ser dicho o porque no conviene
que se cuente o se le escapa a él como actor de ese grupo.
La constitución de este nosotros se va articulando en la novela con
la aparición de un ellos, que también tiene distintos nombres: el viejo
amargado que escribe una carta de lector para quejarse de los artistas
en el callejón de la Universidad de la República; los «chetos» que miran
con desprecio a la bohemia; los que hacen lecturas, pero no pagan; los
que opinan sobre el éxito de los demás (Alfonso cuenta, con sorpresa,
que, a raíz de Porrovideo, le dicen que es un autor comercial y
otras anécdotas similares). Pero hay un actor que se repite bastante y
está muy articulado con ese mainstream al que alude siempre, el
Estado: «Ese pulpo mitad siniestro y mitad idiota, ese pulpo de
múltiples tentáculos enfrentados entre sí». El propio Alfonso recibió
apoyos oficiales para ir a Cuba. El penúltimo capítulo testimonia su
tránsito accidentado por las ventanillas estatales y el capítulo final
es un divertido diario de viaje (se podría decir) en el que registra su
participación en un congreso de escritores jóvenes latinoamericanos
organizado por Casa de las Américas. Como decía, es imposible reclamar a
Ganar y perder una identidad monolítica, un yo que siempre
pensó igual. Lo más interesante es, justamente, ver cómo se va haciendo
una trayectoria literaria en un mundo literario que tiene sus vías de
acceso y sus atolladeros, en el que no alcanza, para ser parte, con la
vocación o la siempre mencionada (y nunca del todo clara) «calidad
literaria».
La precariedad
Hay un cuento de Roberto Bolaño, «Sensini», de ese puñado de cuentos
perfectos que escribió sobre la precariedad del oficio literario. Dicen
que está inspirado en el escritor Antonio di Benedetto, el autor de
Zama. En el cuento, Sensini es un escritor mayor que el narrador, que
envía textos a distintos concursos locales de España; en algunas
ocasiones, los mismos textos con distintos títulos. El cuento tiene
muchas partes bajo el agua, pero lo que se puede ver es la lucha por
ganar algo de dinero a partir de la literatura. El cuento muestra los
entretelones de la carrera literaria, las formas de legitimación y
reconocimiento, además de las múltiples formas de ganarse la vida con la
literatura, entre las que se encuentran los certámenes literarios.
De una manera más cruda, sin esconder tanto bajo el agua, Ganar y perder expone
el camino de un escritor uruguayo que, para construir su propia
reputación, recurrió a los talleres literarios; a personas no siempre
«prestigiosas» dentro de ciertos círculos; a la autoedición artesanal; a
la venta directa de sus libros en ferias; a trabajos frustrantes, mal
pagados o rutinarios, para nada relacionados con la literatura. Por eso
es interesante rastrear la presencia del dinero en el libro y de cosas
que se hacen sin pensar en el dinero, así como los límites materiales
que impone su falta. La nueva novela de Alfonso, en un tono por momentos
irrespetuoso y desafiante, por momentos crudo, por momentos afectuoso,
con seriedad y también con humor, expone virtudes y miserias de nuestra
literatura y de quienes la hacemos todos los días.
CIUDAD CRUEL de JESSICA MAZZOTTI Querido mundo afuera de estas redes privadas, libero esta suma de textos elaborados con poca maestría de programa y muchas ganas de disipar: "Ciudad cruel". Y no es solo la Montevideo cuenca y cuna de mis deseos evidentes (para tus jacarandas) viviendo todo el malestar, encariñandome de las cuadras (por la hermosura de la Villa), por los mágicos. Acuerdense que encaramos, también si no parece, la bancamo, esperando la abolición del tiempo y la extinción del salario. Jessica Mazzotti (Pisa) DESCARGA EL LIBRO GRATIS AQUÍ
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